miércoles, 23 de marzo de 2016

De Madrid al cielo, pasando por tu boca

A 15 pisos del suelo de Madrid
la ciudad nos sentía suyos,
y nosotros tan nuestros mirándonos a los ojos.

Cuando te miro veo flores abriéndose,
niños corriendo
semáforos en verde
y besos en un ascensor.

Te veo.

Y tengo que decir que descubierto nuevos lunares en los que perderme y he perdido el norte cuando tu sur me hacía tocar las estrellas, superando unas nubes que eran tan blancas como aquellas cortinas que no te gustaban nada.

Repito: tocaba las estrellas.

Y la de tu espalda también sonreía y es que no era normal vernos amanecer a media tarde con la fuerza de un huracán.

Pero es que te metiste bajo mi piel y la surcaste
y bajo las sábanas que no dejabas que me taparan,
porque preferías hacerlo tú y jurar que si pudieras no me soltarías nunca
y decirme que no podías dejar de mirarme, porque loco tú, me llamas preciosa y me haces sentir en una casa de un árbol llena de mariposas blancas.

Y prometo que en ese momento no existía nada más que sentirte cerca
y sentirte mío
sentirnos vivos
sentirnos libres.

Y prometernos que no íbamos a olvidar nunca ese momento.
Y mientras escribo esto en un tren que vuelve a poner kilómetros de por medio entre tu boca y la mía, recuerdo tus pupilas reflejadas en las mías.
Y ese es el mejor recuerdo.

Ese y la risa.
Y tu brisa color mar.
Y mis cosquillas en tu espalda.
Y en tu pelo.
Con las que brillabas como nunca, con los ojos cerrados y la sonrisa encendida, mientras yo miraba el lunar de tu oreja izquierda, justo abajo;
y me perdía
y me declaraba adicta a tus "quién ha dicho que no quiero que vuelvas" y por ello prometo hacerlo y mantener el puente abstracto que nos une y separa.
Y nos vuelve a unir.

Izal sonaba en mi cabeza: "qué bien que con mis dedos note el frío y tu calor, que por mis nervios corran impulsos que me cuentan que estás en la habitación... que no te has ido y que te tengo cerca."

Y es que la habitación 1526 también quería reírse con nosotros,
de mi acento del sur y mis mordiscos en tu  hombro cuando intentabas imitarme.

Aunque debo decir que no lo conseguías del todo.

¿Sabes? Nuestra cara podía ser mejor pero no podía estar mejor el corazón cuando lo abrazabas fuerte como si fuera una bola de cristal agrietada a la que ver llover pero a la que nunca querrías romper.

Y tú a mi me rompes los esquemas de mi vida cuando me susurras sin darte cuenta un poema que yo escribo.

Que te escribo dentro de las casualidades de un tal día nueve,
que se parece al tuyo y acaricia al mío.

Ahora lo tengo claro:

De Madrid al cielo

                               pasando por tu boca.



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